Friedrich Schiller – LA DONCELLA DE ORLEÁNS

La Doncella de Orleáns se estrenó el año 1801 en un teatro de Leipzig. Que un autor de formación protestante e imbuido de clasicismo hasta el punto de haberse alejado de la creencia cristiana, haya compuesto esta “tragedia romántica” —como reza el subtítulo— es otra manifestación de singularidad. Además el autor declara en una carta que se quiere oponer a la versión de Voltaire, porque el autor francés a “su Pucelle (doncella) la ha hundido demasiado en la suciedad, yo a la mía la he puesto quizá demasiado alto” —esto fue escrito más de un siglo antes de que ella fuera canonizada—.
Lo primero que se suele señalar con respecto a este drama es que su versión se ha apartado de la realidad histórica en varios pasajes. Por ejemplo en el desenlace: la doncella de Schiller muere a consecuencia de una herida en el campo de batalla; la de la realidad, como se sabe, es que después de haber sido tomada prisionera por los ingleses, fue sometida a un tribunal eclesiástico y, acusada de brujería y herejía, muriendo en la hoguera.
Es de recordar que el mismo poeta, al trazar su plan, previó que procedería libremente, que no tendría en cuenta la cuestión de la brujería y que se guiaría sobre todo por los requisitos de la poesía.
Lo romántico de la obra se encuentra en las visiones, voces, manifestaciones del poder sobrenatural; son fenómenos que se aceptaban naturalmente en el drama de ese carácter.
Algo que también interesaba al romanticismo, y a Schiller, era lo que Friedrich Heer ha llamado, respecto de la Juana de Arco histórica, “la salvación desde el pueblo”. A partir de este punto de vista la Doncella de Orleáns, y no sólo por proceder de la Edad Media, se emparenta con Guillermo Tell y su tradición. Dos personajes, dos formas con las que, en época de la Revolución Francesa, el dramaturgo alemán procuró representar los valores positivos del impulso auténticamente popular.
“Goethe considera que es mi mejor obra”, había apuntado Schiller en carta a Gottfried Körner. No menos encomiástico ha sido a mediados del siglo XX el juicio de Thomas Mann, admirado de cómo el dramaturgo logró el “milagro estilístico” de conservar “la actitud fundamental clásica en pleno romanticismo”, y de dar a la obra teatral un sentido operístico. Por lo demás el público de Leipzig la aclamó en su momento sin reservas.
Hoy en día, al cabo de dos siglos de la muerte de Friedrich Schiller, nadie negará seguramente que ha sido uno de los grandes dramaturgos de la tradición europea. Pero, por otro lado, por uno o varios de los motivos enumerados por Steiner en reciente balance crítico, se considerará que sus temas, su lenguaje, su énfasis no condicen con las tendencias actuales; aunque es posible descubrir resonancias de los postulados suyos en aspectos de las concepciones teatrales que se han impuesto desde el siglo XX.
De todas maneras Schiller tiene a favor la calidad de su arte y la perduración de lo clásico; porque supo afirmar una singularidad valiosa para todos los tiempos.



La historia transcurre durante el sangriento conflicto enmarcado en la guerra de los Cien Años que enfrentó al delfín Carlos, primogénito de Carlos VI de Francia, con Enrique VI de Inglaterra por el trono francés, y que provocó la ocupación de buena parte del norte de Francia por las tropas inglesas y borgoñonas.
Schiller nos presenta a Juana de Arco como penetrada por una fuerza exaltada y patética que la hace muy interesante a nuestros ojos. La Juana de nuestro gran poeta es una creación purísima y casi celestial, que combina los dulces encantos de la gracia femenina con la imponente majestad de una profetisa destinada a sacrificarse en aras de su patria. Asemejábase, pues, a los ojos de Schiller a la Ifigenia de los griegos, y la ha pintado con rasgos análogos bajo muchos aspectos.
as desgracias y desolación de su país, han encendido en el ardiente y virginal corazón de Juana un puro fuego patriótico, que fomentado por medio de la soledad de su vida y sus profundos sentimientos religiosos, llega a convertirse en una santa llama. La vemos sentarse solitaria con sus rebaños al lado de la capilla de la Virgen y a la sombra de la vieja encina de los Druidas, lugar frecuentado según la tradición por espíritus sobrenaturales buenos o malos, y allí se le revelan visiones jamás contempladas por los ojos de los hombres. Las fuerzas de sus íntimos impulsos, y la enérgica vivacidad de sus sentimientos, la persuaden de que el cielo la destina a libertar la Francia, su querida patria. La intensidad de su fe persuade a otros, y se lanza decidida al cumplimiento de su misión sagrada. Todo cede ante la fogosa vehemencia de su voluntad, ante la inspiración ardiente de que se siente poseída.
Hay algo de bello y de conmovedor en la contemplación de un generoso entusiasmo, alimentado en lo más íntimo del alma en medio de obstáculos y de contratiempos, y que por fin estalla, por decirlo así, con fuerza irresistible, para cumplir la gran misión a que se cree destinado. Los impedimentos que por largo tiempo lo contrariaron, se convierten después en testimonio de su poder; y hasta la ignorancia y los errores que en cierto modo con él se ligan, sirven para aumentar la simpatía sin disminuir nuestra admiración. ¡Quién puede menos de admirar el triunfo difícil y penoso de la inteligencia sobre el destino, de la libre voluntad humana sobre las necesidades materiales de la vida!
Todo esto lo ha sentido Schiller perfectamente, y lo ha representado con admirable ingenio. El movimiento interno del espíritu de Juana permanece envuelto en oscuridad misteriosa; pero sus movimientos externos y activos son claros y distintos; contemplamos el levantado heroísmo de sus sentimientos que nos conmueven hasta lo íntimo del alma. La tranquila y devota inocencia de sus primeros años en que vivía silenciosa, concentrada dentro de sí misma, aunque dulce y benévola, nos inspira amor por día; y el celestial resplandor que ilumina la segunda parte de su existencia, hace despertar en nuestro pecho además del amor, la reverencia. Sus palabras y sus acciones, presentan combinadas una fuerza irresistible y una dignidad tranquila, sencilla y sin pretensiones. Juana de Arco es una de las figuras más nobles y bellas de la literatura, dramática; nos parece verla con su esbelta y delicada forma, con su dulce, pero inspirado rostro, bella y terrible al mismo tiempo, llevando en sus manos la bandera de la Virgen al frente de los ejércitos de su patria; irresistible por su fe y más grande por su entusiasmo, a pesar de ser una sencilla y cándida pastora, que los reyes y las reinas del mundo.

Extraído de la conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid por Antonio Angulo Heredia, en 1863.